Usuarios que ingresaron

sábado, 4 de junio de 2011

Demasiado tarde

Estaba ahi, parado, inmovilizado por el miedo, mientras por la bocina solo se escuchaba: "...hola, señor González... ¿se encuentra usted ahi? ¿Me escucha?" En ese momento no pensé absolutamente nada, simplemente no recuerdo lo que pasó durante el lapso de dos horas. Lo último que escuché fue el sonido de la bocina haciendo el tono parpadeante de ocupado. Tenía miedo, estaba temblando y las manos me sudaban como nunca; por instantes comenzaban a pasarme por la mente momentos de mi infancia, cuando papá me llevaba al fútbol, cuando me llevaban a la escuela y solía ser un niño sin problemas. Ahora mi perspectiva del mundo había dado un giro de 180 grados. El resto de ese día lo pasé en automático: contestado llamadas, ignorando e-mails y aparentando que nada sucedía. Fue hasta el final de mi jornada laboral que tomé mis cosas, me puse el saco, caminé a mi auto, y lloré. Lloré todo el camino a casa como un niño desconsolado. No sé como manejé todo el camino porque en realidad estaba en estado total de shock. Mientras lloraba pensaba en todas las cosas que viví durante mis hasta ahora 25 años. No sabía qué hacer, aunque en realidad ya no sentía mucho ánimo por nada, era demasiado tarde.
Llegué a casa con los ojos aun hinchados y enrojecidos, saludé a mamá y me enclaustré en mi habitación. Encendí un cigarro y me senté al lado de mi ventana. Pensé en un trago de whisky, pero mi estómago aun estaba inapetente y mi garganta con un nudo tan justo que a penas me dejaba respirar. Me quité la corbata, desabotoné mi camisa y la arremangué hasta arriba de los codos. Estaba sentado justo frente a la foto en la que posaba con mi diploma por aprovechamiento en quinto año de primaria, la analicé y pensé: "daría lo que fuera por regresar a ese día, o al menos por regresar un par de años atrás". Comencé a llorar de nuevo. La botella de whisky guardada en mi armario finalmente me convenció, bajé por unos hielos y un vaso de cristal que decía: "Graduados Instituto Bíblico Generación 2002". Subí las escaleras a mi alcoba  y retomé mi posición en la ventana. A través de la ventana podía ver el cielo, la luna, y por primera vez durante cinco años pensé en la inmensidad del cielo, de Dios y su obra. Serví un poco de whisky en el vaso, y me quedé mirándolo durante unos minutos, ese vaso era el recuerdo de mi graduación del Instituo Bíblico, "esos eran buenos tiempos" -pensé.
En un momento comencé a pensar en lo tristes que serían los siguientes días de mi vida, que por cierto, serían pocos. No sabía cómo iba a decirle a mis padres, pero me aterraba la idea de decírselo a Brenda, mi novia desde hace 4 años. A penas una semana antes habíamos tenido relaciones sexuales por primera vez tras mi estupidos engaños y chantajes para convencerla de que "era una manera de estar más juntos y de confirmar nuestro amor". Ella confiaba en mí, creía en mí compromiso, sumado a la gran habilidad que poséo para convencer a las personas. El solo pensar en eso me hizo odiarme. Ahora comenzaba a ver que la consecuencia de haberme burlado de Dios estaba rindiendo frutos; una vida que siempre fue exitosa, en donde siempre adquirí lo que quise y la gente admiraba mi vida como ejemplo. "En qué porquería me he convertido" -pensé-, si hubiera tenido una arma a la mano no hubiera dudado en quitarme la vida. Malgasté mi vida, las bendiciones, había tirado a la letrina la gracia que Dios me había dado. ¿Qué haré? Pensé en huir, pero eso no arreglaría nada.
Dieron las dos de la mañana, mi cajetilla de cigarros estaba vacía, y el mismo vaso que me había servido horas atrás estaba intacto. Me transporté al momento que destruyó mi vida: "yo en aquel antro, aquella extraña caminando hacía mí, nosotros bailando sensualmente durante un par de horas, en mi auto dirigiéndonos a aquel motel, y finalmente el acto que me hizo estar en el escenario tétrico en el que me encontraba ahora". Todo pasando por mi mente como fotografías taladrando mi cabeza, y poniéndome en el papel que hacía mucho no me encontraba: arrepentido.  "Sólo por un momento...", "solo por un error...", "¿porqué lo hice?", "no debí...", esas eran tan solo unas cuantas ideas que golpeaban mi cabeza de un lugar a otro, que me reventaba las sienes con tan solo recordarlo.
Estaba sentado al lado de la ventana, con la colilla del último cigarro aun en mis dedos, y con las palabras aún resonando en mis oidos: "Señor González, tenemos los resultados de su prueba de VIH... lamento decirle que resultaron positivos".