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sábado, 16 de julio de 2011

La teoría del caos.

Comienzo esta entrada con una frase que ha sido trascendental para mi vida, y que, sinceramente, la tomé de una película cualquiera: "el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo". Ello me remite a la teoría del caos, que consiste en que en un ambiente totalmente integrado como el nuestro, la más mínima variación puede causar una consecuencia que afecte el todo. Esto, en términos humanos y prácticos, significa que la más pequeña decisión puede modificar el plan perfecto que tiene Dios para nuestras vidas.

Desperté un sábado como cualquier otro. Un poco de oración matutina, un poco de lectura, y un desayuno generoso al lado de mi familia, una familia ideal en la que todos vivimos en armonía. Esa mañana el transcurrir del día parecía perfectamente normal, con un ambiente hogareño impregnado de la presencia de Dios y en donde abunda el respeto y la armonía común. Durante el desayuno comentamos un poco de asuntos de la iglesia, un poco más del partido de futbol de anoche en el que convertí el gol con que ganamos el partido, y un mucho sobre mi viaje del próximo fin de semana. "Debes comer suficiente proteina... y durante los entrenamientos de la semana pon especial atención en el toque con la pierna izquierda, se nota un poco débil..." -comentaba mi padre sin parar, mientras le daba un sorbo al café y mordía el pan con mermelada que tenía en la mano izquierda. Yo estaba realmente contento y emocionado, estaba justo a una semana de tomar el avión que me llevaría a Londres para formar parte de uno de los grandes clubes de Europa. Mi vida era de ensueño: hacía una semana que cumplí 19 años y mi club me dió de regalo un BMW Z4 oliendo a nuevo, mi nombre estaba escrito en todas las primeras planas, en los noticieros; y en los estadios la gente coreaba al unísono mientras los niños usaban camisetas con mi nombre en la espalda. Nunca olvidaré las palabras de mi madre en esa mañana: "hijo, esta noche tenemos servicio de oración en la iglesia, y ahora que tienes el fin de semana libre, la gente esta emocionada con tenerte ahí", a lo que contesté con mi reciente apatía y soberbia un "tal vez".
En realidad no me importaba tanto ir a la iglesia, era mi último fin de semana en México y solo quería pasar un buen rato con mis amigos, tener una digna despedida. Transcurrió la tarde normal. Un poco de videojuegos, una ciesta vespertina y los arreglos para la Gran Noche.
Llegó la noche esperada. Vestí mi mejor traje, mi mejor loción, me subí a mi auto y emprendí el camino al más prestigiado club nocturno de la ciudad. Al llegar -como en todos lados- la gente inmediatamente me reconoció y me hicieron pasar por delante de todos los que llevaban tiempo esperando poder entrar.
Ya adentro me estaban esperando mis amigos y compañeros de equipo, algunos de ellos acompañados de exhuberantes modelos y actrices de esas que no saben actuar, pero que tienen el valor de pararse en el escenario semidesnudas. Yo no acostumbro beber, no me gusta el sabor del alcohol, sumado a que siempre he sido apegado a las normas de casa; esa noche era mi última noche, y no me podría perdonar irme a Londres con mi contrato de 4 años y 7 millones de libras, sin haber brindado con mis camaradas.
Llegaron a la mesa botellas de champagne, whisky y cognac. -Anda bébete una, solo para celebrar-comentó uno de mis compañeros mientras me servía una copa. Me dije a mí mismo: "solo es una, no hay nada de malo". Me levanté a bailar con una de las chicas y seguí bebiendo. Transcurrieron las horas, eran las 3 am y yo estaba completamente ebrio. El piso se movía y la cabeza me daba vueltas. Pedí las llaves de mi auto y me despedí. Uno de mis compañeros me dijo: "te pedimos un taxi, espera". Solo negué con la cabeza y caminé a la salida. Subí a mi auto. Llueve, y mi Z4 corre a 120 km/h. Siento que el auto vuela y yo me siento imponente, poderoso, "no hay nada más seguro que un auto alemán" -me digo en la mente-. La música está en máximo volumen mientras yo me abro el último botón de la camisa, siento una curva cerrada que no alcancé a dislumbrar, freno a tope, y perdí el control del auto; me acabo de estrellar. Me veo encerrado en un montón de fierros, no me puedo mover. Veo mis manos temblando, llenas de sangre; toco mi cabeza con la mano derecha y solo siento la cálida humedad de mi sangre; trato de mover el brazo izquierdo pero es inútil, uno de los fierros la tienen atrapada; Mis piernas, no las puedo mover, están libres pero no puedo moverlas. Debí acompañar a mamá al servicio de oración, fue lo último que pensé antes de perder el conocimiento.