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sábado, 26 de marzo de 2011

Romanos 12:9. El Amor sea sin fingimiento

Es inexplicable el hecho de que algunas personas logren fingir un sentimiento único en la vida de los seres humanos. Es complicado pensar que la maldad de las personas ha llegado a tocar el punto de simular las cosas maravillosas que Dios ha hecho para que el hombre se goce; sin embargo recordemos que la principal estrategia de satanás es imitar lo que Dios hace, de manera que la gente se confunda, o bien que aberre contra lo que Dios ha establecido.
El amor, como bien sabemos es señalado en las Escrituras como una cualidad, como la capacidad de sentir aquello que Dios ha preparado unicamente para sus hijos. Eso, aquella paz que sentimos al hacer su voluntad, la tranquilidad de saber que Él está a nuestro cuidado y que todo estará bien, eso es el amor de Dios para nuestras vidas. Por lo tanto, Dios nos manda a amar a nuestros semejantes, en el famosísimo pasaje en el que cuestionan a Jesús acerca del mayor mandamiento: primeramente nos dice que debemos amar al Señor nuestro Dios, pero en segundo lugar nos llama a amar a nuestros prójimos como a nosotros mismos; no obstante, Jesús acota con la determinante frase en Marcos 12:31: “el segundo es semejante...” No hace falta ser un sabio para cerciorarse de que para Dios es tan importante que le amemos a Él, como a nuestros semejantes.
Quisiera aclarar un punto clave en esto: la palabra semejantes. Dentro de la clasificación “semejantes” no solo están incluidos aquellos que conocemos como Hermanos en la Fe, sino engloba a todo aquel que, al igual que nosotros, es creación de Dios. Porque, ciertamente, es fácil amar a los que nos aman, y en ninguna forma tiene mérito hacer esto, porque incluso los incrédulos aman a los que les aman; lo difícil de esto es poder amar a los que no nos aman, es más, a los que nos aborrecen.

Volviendo al tema central, la palabra nos insta a sentir un amor sincero, sin mentiras, sin máscaras. Es maravilloso sentir la transparencia de ver a las personas a los ojos y mostrarles, sin miedo a nada, el amor que Dios ha puesto en Ti; no esperando recibir absolutamente nada a cambio, sino por el simple hecho de manifestar lo que está dentro, de liberar aquello que te inunda el alma y cuyo flujo es imposible detener. El amor es el fruto de lo que Dios ha hecho en nuestra vida: ¿haz permitido que Dios obre de forma buena? El fruto de ello es el amor. ¿No has permitido que Dios obre de forma correcta? Lo más probable es un fruto insípido y de forma indefinida.

El amar a nuestros semejantes incluye el siempre tener una sonrisa puesta, incluso para aquellos que nos atacan. La sutileza de un buen saludo adornado con una sonrisa natural, es lo que se llama autenticidad; es simplemente la cualidad de poder mostrar al mundo cuán grande es lo que Dios ha hecho en nuestras vidas, es saber que siempre serás feliz sin importar lo que pueda suceder a tu alrededor.

El sinónimo de esta simplicidad es uno: Felicidad. Porque, ¿cuán mayor felicidad que el saber a Dios dirigiendo nuestra vida? El simple hecho de tener la paz de Dios, nos lleva a ser mejores seres humanos, personas que pueden dar la mejor cara a cualquier situación en la vida; personas que son capaces de ver las cosas buenas que lo rodéan, que no necesitan que el mundo gire de forma perfectamente simétrica, sino que le basta con que simplemente gire; esto es la cualidad que nos permite sonreirle a la vida, no ESPERANDO que las cosas buenas sucedan, sino PROVOCANDO que las cosas que suceden sean buenas.

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